El inmortal Rufino Tamayo

 Cualquiera de las manifestaciones del arte sea con un instrumento musical, el canto, el grabado, la escultura o la pintura, produce en el que se sublima por llegar a la perfección y con ello a la maestría, y en quienes disfrutan de ese arte por sus efectos en sus sentidos, producto de las sensaciones que emanan de los neurotransmisores cerebrales, lo que se traduce en una especie de relajación anti estrés, de tranquilidad, de paz; y todo ello contribuye a la salud mental y espiritual de los individuos.

En el caso particular de Rufino Tamayo, de cuna humilde que nació para ser grande, la pasión por la pintura se inició desde muy temprana edad y se prolongó hasta poco antes de su fallecimiento cuando había rebasado la novena década de su fructífera vida. El impacto de su arte repercutió de manera impresionante en él desde que prefirió ser pintor autodidacta y luego en los millones de personas que han admirado sus obras en las principales galerías del mundo. Se convirtió en un mentor de generaciones de jóvenes que recibieron formalmente de él sus conocimientos cuando aceptó ser profesor de academia, pero también quienes quisieron seguir sus pasos en cada país donde vivió los mejores momentos de su existencia, como en Nueva York y en París (20 y 10 años, respectivamente). En ambas ciudades absorbió y valoró el arte pictórico europeo, lo que le sirvió para consolidar su libertad de expresión artística, que lo convertiría en una de los más sólidos pintores de Latinoamérica. Es cierto que desde que vivió en Nueva York se convirtió en uno de los personajes en el mundo del arte, apartándose del reconocido muralismo nacionalista y revolucionario de los llamados tres grandes de México: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros a quien conocí en la segunda mitad de la década de los 60´s. Tamayo dejó atrás ese tipo de expresión artística al que se refirió como obsoleta, para incorporarse a lo largo del siglo a los periodos surrealista, cubista, modernista, abstracto y al llamado constructivismo, logrando una excelsa variedad en sus obras.

Su longevidad y su incesante trabajo de caballete, su preferido, lo llevó a recibir múltiples reconocimientos como en las Bienales de Venecia y de Sao Paulo, aunque haber recibido de parte del gobierno de Francia la condecoración de la Legión de Honor fue la presea que más apreció. Ciertamente que no se apartó del todo del muralismo, pero con otra visión, la suya, por lo que aceptó aplicar su destreza, su arte, en magistrales murales en Nueva York, en París y en la sede de la UNESCO. Su legado filantrópico incluye el Museo de Arte Prehispánico que lleva su nombre en la Ciudad de Oaxaca, la Casa Hogar para personas de edad avanzada en la Ciudad de Cuernavaca, Mor., “Olga Tamayo”, su amada esposa, y otra Casa Hogar: “Los Tamayo”, en la capital de su estado natal, la que depende del DIF federal. Otra obra arquitectónica que mantiene parte del enorme legado del Maestro es el Museo Tamayo de Arte Moderno y Contemporáneo que se localiza en la Avenida Reforma de la Ciudad de México.

Si bien es cierto que de Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, su nombre de nacimiento, se han publicado múltiples libros; el pasado 23 de octubre se presentó en esta ciudad la excelente obra: “30 sandías para Tamayo”, con la colección pictórica de los 30 artistas que se incorporaron al gran proyecto cuya Coordinadora General es la Licenciada Nancy Mayagoitia Hill, quien ha contado en todo momento con el extraordinario apoyo de su esposo, el Licenciado Alfonso Gómez Sandoval Hernández como Coordinador Ejecutivo. Vale la pena recordar que se ha tratado de conmemorar, primeramente con una magna exposición de “30 medias sandías” montada en nuestra Ciudad y luego en otras grandes capitales del país, el 30 Aniversario del fallecimiento del Maestro Rufino Tamayo. Haber escogido la sandía como símbolo de la exposición y del libro, obedeció a la predilección de Tamayo por ese fruto para plasmarlo en sus obras desde que vivió en Nueva York. Es menester que se reconozca el magnífico proyecto de una mujer talentosa, creativa y apasionada del calibre de la Licenciada Nancy Mayagoitia Hill, que ha honrado con ello a un grande entre los grandes del arte, a otro ilustre oaxaqueño.

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