¡A clases!

El 20 de agosto inició un nuevo ciclo escolar, el 2018/2019, para los estudiantes de los planteles de primaria, secundaria y nivel medio superior. Más de 30 millones de niños y jóvenes de todo el país acudieron a primera hora para ocupar sus respectivas aulas en las escuelas públicas y privadas, previa labor de convencimiento de sus padres para que abrieran los ojos, se levantaran y prepararan sus útiles escolares en la infaltable mochila que se coloca en la espalda o en la maleta de hasta cuatro pequeñas ruedas. Un ciclo más para formar a las nuevas generaciones de mexicanos que habrán de recibir la estafeta para contribuir al desarrollo de la nación. La meta final sería la de llegar al más elevado porcentaje de jóvenes que alrededor de los 23 a 25 años obtengan su título profesional tras concluir una licenciatura, algo que por el momento está fuera de nuestra realidad. Pero a más de ese resultado el Estado debiera trazarse otros objetivos: Que el 100% de los graduados obtenga a la brevedad un empleo, que este corresponda con su profesión, que su salario sea digno, suficiente para atender los requerimientos de una familia, que la distancia al centro de trabajo no resulte ser un factor de desintegración familiar y que no afecte su economía.

A partir del mencionado día, nuevamente volvimos a ver el presuroso ir y venir de las escuelas de los padres de familia con sus hijos, sobre todo a las madres de estos. Su vista puesta en el futuro de sus descendientes, con la firme idea de que algún día sean buenos ciudadanos, profesionales excelentes y con un buen desarrollo social y económico. Por ellos todo, hasta el sacrificio económico. ¿Cuál es la realidad? De acuerdo a datos de la Secretaría de Educación Pública, en septiembre del 2017 la eficiencia terminal de la instrucción primaria fue del 97.6%. Magnífico, casi todos los niños concluyen con éxito esta fase. Al terminar la secundaria la eficiencia terminal disminuyó al 88.1%; comienza a ver rezagados. ¿Qué pasa con ellos? ¿Cuál es su destino? La debacle llega en el nivel medio superior, pues para el tercer y último año la eficiencia terminal se redujo al 66.6%. Ya en el nivel superior el abandono escolar representa el 6.7%. El caso es que la cobertura alcanzada entre los jóvenes de 18 a 22 años que cursan este nivel en México es tan solo del 33.1%. Atrás quedaron los sueños de los hijos y de sus padres que no vieron que aterrizaran aquellos como era su anhelo.

Pero el problema va más allá; cada año, en nuestro país, cientos de miles de estudiantes del nivel superior, luego de concluir sus estudios fracasan en su intento por obtener un empleo y que este sea de las características antes enunciadas. Es lógico que la desilusión conduce a episodios de crisis de depresión y a bajar la autoestima de los jóvenes, por sentir que han fracasado en la vida luego de muchos años de asistir a las aulas y de pasar por un proceso de constantes evaluaciones parciales y terminales en cada ciclo escolar. ¿Cuántos de ellos transitan en el ambulantaje o en empleos mal remunerados que nada tienen que ver con sus estudios universitarios, hayan o no terminado una licenciatura? No es ninguna novedad, y lo he dicho muchas veces, existe una marcada carencia de vinculación entre las instituciones docentes con las instituciones públicas y privadas que actúan como empleadoras. Tampoco es descubrir el “hilo negro” al señalar que uno de los requisitos más exigidos sea el de demostrar experiencia para el desempeño del puesto que se oferta, situación que no es posible esperar en los recién egresados. Además, es común que las empresas privadas soliciten jóvenes con “carreras truncas” o con nivel de pasantía, para pagarles menos. El problema toral de la deserción escolar parece ser la falta de recursos económicos, pero no es la única causa. En la próxima administración federal se pretende apoyar con una beca a jóvenes de escasos recursos para que continúen sus estudios superiores; buena idea, falta ver la respuesta de aquellos y que los resultados sean los que se esperan. No suena mal el propósito de capacitar “aprendices” para luego contratarlos con el apoyo de la iniciativa privada para abatir el problema de los “ninis”. Ya se verá si son acertadas esas decisiones.

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